jueves, 2 de febrero de 2017

Si al hablar no has de agradar...

Qué hasta los cojones estoy de los artículos sobre maternidad.

En realidad no me molestan en sí mismos; me molesta la cantidad de intolerancia que sacan a flote.

Tienes un hijo e intentas ponerle palabras a muchos sentimientos, y cuando colocas el punto final a tu experiencia, aparece el Escuadrón de Madres Absolutistas que tienen cien anotaciones y doscientos comentarios sobre lo quesientes como madre.

Qué hasta los cojones estoy de que cualquiera se meta a valorar si duele más o menos el parto o la recuperacion de la cesárea, si das el pecho, si no lo das, si el bebé duerme en tu cama o si la edad a la que ha estrenado su propia habitación es, o no, la adecuada. Si sólo un abrigo es suficiente; si tus purés son merecedores de estrella Michelin, o si le das potitos; si le sacas y hace demasiado frío o demasiado calor, o si no le sacas y la criatura necesita que le dé el aire...

Tengo un mensaje para vosotras, talibanes de la crianza:
Dejadnos en paz de una puta vez.

Todos hacemos lo que pensamos que es mejor para nuestros hijos, y tomamos las decisiones que creemos más convenientes para su salud, su felicidad y nuestra forma de pensar y sentir.

¿La maternidad es bonita? Lo es.
¿La maternidad es dura? También.
Pero no es ni sólo eso, ni ambas cosas todo el tiempo.
Igual es justo lo que esperabas, que bien.
O quizá pensabas que no iba a ser tan complicado.
O no te parece tan difícil.
Fenomenal en los tres casos.
Si no sabías qué esperar... Lo habrás descubierto, lo estarás descubriendo, o lo descubrirás. Y fenomenal también.

Cada mujer es de una forma. Igual que cada padre y que cada niño.
Lo que en mi casa es un drama, en la tuya puede ser una fiesta y viceversa.
Tú le puedes dar importancia a cosas que para mi son triviales y al revés.
¿Y qué?
¿Eso hace que tú quieras más a tus hijos que yo? ¿O me hace mejor madre a mi?
POR SUPUESTO QUE NO.

Tú haces lo que puedes. Igual que yo.
Yo tengo mi opinión sobre parto vs. cesárea, que está fundamentada en lo que yo viví y las experiencias de mi entorno. Y, sinceramente, que de tu cuerpo nazca una vida me parece lo suficientemente flipante como para luchar por colocarte, también, la medalla a la que peor lo pasó.
Porque a cada una nos duele algo.

También tengo clara mi posición sobre la lactancia materna. Y sobre el colecho. Sobre qué darle de comer, cuánto abrigar, con qué jugar, qué canciones cantar y qué cuentos contar. Todo, como digo, basado en lo que yo he vivido, lo que me han recomendado y lo que yo creo que es mejor para mi hija.
Si tus opiniones sobre cualquiera de estos temas no coinciden con las mías, me da exactamente igual. No porque no te de importancia, sino por todo lo contrario, porque a mi no me tiene que molestar que a vosotros os funcione mejor otra cosa.
Ahí está la diferencia.
Yo creo que, lo hagas todo igual, o todo diferente, lo haces porque tú crees que es lo mejor para ti y para tu hijo.

Es maravilloso que cada cual cuente sus cosas. Que se establezcan conversaciones o debates sobre cualquier tema. Pero hay un abismo entre dialogar, y criticar a todo el que no piense o sienta como tú.

Os voy a decir algo más:
Estoy 100% segura de que vuestros hijos lloran más o menos que los de las personas a las que criticáis. Que comen mejor o peor que ellos. Que duermen más o menos.
No quiero decir que son más o menos parecidos. No.
Quiero decir que vuestros hijos, Madres Absolutistas, lloran más o lloran menos que mi hija. Que son más independientes, o menos independientes que ella... Y si nuestros hijos tienen sus diferencias, y está clarísimo que nosotras también... ¿Por qué meterte a valorar situaciones que no conoces... cuando, además, nadie te lo ha pedido?

En mi opinión, ser madre no es lo que da sentido a la vida de una mujer, pero ha cambiado el de la mía.
Es bonito, dulce, trascendente... pero también duro de cojones, sacrificado y agotador.
Además es algo inevitable, irreversible: una vez que eres madre, no dejas de serlo.

Si estás súper cansada, has tenido un día horrible, no puedes ni con tu alma y en vez de poder tirarte en el sofá y ver una serie amorrada a una botella de vino, tienes que calmar y consolar a esa criatura que parece que se ha tragado una bocina, bañar, preparar cena y dar de cenar. Lidiar con que justo justo justo esa noche sea la que no le apetezca dormirse pronto... te jodes.
Te jodes porque ni tú, ni tu bebé, tenéis un botón de apagado.
No puedes ir en el metro y decir: uf, estoy pa chopped, me desconecto de la maternidad y ya mañana, o pasado, con energías renovadas, vuelvo a cambiar pañales, buscar chupetes, cantar canciones, preparar desayunos, comidas, meriendas y cenas, acurrucar, jugar, poner límites, abrazar y besar a mi cachorro.

Michael Nichols

No. Te jodes.
Y nadie debería quitarte tu derecho al pataleo, de la misma manera que nadie debería impedirte que demuestres tu amor.
Como en las parejas, en el trabajo, con la familia, los amigos o los desconocidos.

Si un día, o varios, estás hasta los ovarios de tu marido (o hasta los huevos de tu mujer), de tus padres, tus hermanos, tus tíos, tus primos, de la vecina, de tu mejor amigo o del autobusero cabrón que nunca te da los buenos días, te cagas en ellos y en todo su linaje.
O si, por el contrario, te sientes congraciada con el mundo y has conseguido restablecer tu fe en el ser humano, lo gritas a los cuatro vientos con los ojos en forma de corazón.

¿Te imaginas contarle a alguien algo sobre tu trabajo, tu jefe, tu pareja o tu familia y que, de repente, una horda de desconocidos criticasen tus relaciones?
Pues eso es lo que está pasando con la maternidad.

Buscad un poquito de empatía, respeto, educación y cariño en vuestros corazoncitos y dejadnos en paz de una puta vez, que ya lo dijo Tambor.